No es que sea el año de Diego, es que es la época de Ventura

Debe inspirar mucha plenitud eso de sentirse uno por encima de todos los condicionantes, de todas las circunstancias. Dueño propio de su propio tiempo y de su propia suerte. Con el timón de cada acontecimiento en la manos, hasta en las yemas de los dedos... Debe hacerte sentir muy fuerte eso de no tener toro y poner boca abajo una plaza y a miles de personas en pie sabiendo que vas a hacerlo porque lo tienes todo para hacerlo. Son estatus reservados sólo para muy pocos. Esa banderilla a caballo parado en el quinto toro con Milagro quebrando en la cara echándolo todo por delante y sin margen para irse. Era quedarse y clavar si ni siquiera pasar obrando el milagro que sólo obran los más grandes. Y ese tercer palo a renglón seguido galopando de frente y clavando de nuevo al quiebro en la boca de riego de la plaza con el público hilando una ovación con otra y tan emocionado como el propio Ventura por lo que acababa de hacer. Tiene que hacerte sentir un gigante eso de echar pie a tierra a mitad de faena para despedir a la yegua, abrir los brazos y sentir cómo toda Huelva se te echa en ellos... Es el año de Ventura. No es un eslogan, sino una constatación diaria. Cada día, en cada plaza, en cualquier ciudad. Diego anda envuelto en las nubes de su momento de dulce y lo goza con esa misma intensidad que él traslada luego al público. Por eso éste se le entrega. No es para menos después de haber visto cómo antes de lo ya mencionado, se iba literalmente detrás del cite a dos metros de la cara del toro con Roneo después de hacer un tierra a tierra sencillamente perfecto y dejar otra banderilla de ésas que hace al aficionado frotarse los ojos. No sirvió el toro, no sirvió nunca el toro, pero Diego Ventura le había formado un lío antes de que se diera cuenta culminado con un carrusel de cortas al violín cada una de ellas más cerrada que la anterior y la última con el espacio único para que cupiera la cabalgadura. Y como los gigantes no son amigos de dejar las cosas a media, rejonazo contundente para atajar las deudas pendientes del premio que no llegó en el primero. Que tampoco fue rival ni amigo ese segundo de Fernando Sampedro para el jinete de La Puebla del Río. Todo pareció que fuera a ser de otra manera por cómo se desenvolvió el astado al recibo a portagayola con la garrocha a lomos de Suspiro. Velocidad de crucero del toro y pulso exacto del torero para tomarle la distancia exacta y llevarle hilado a la garrocha sin un solo tirón, sin un solo desajuste. Pero volvió grupas el de Sampedro y se puso a reconocer La Merced por entera como queriendo evitar a quien ya ahí se le había impuesto. Se rajó el toro y quiso irse siempre con descaro. Como repuesta, tiempo y toreo por parte de Ventura sin un solo gesto de contrariedad. Ya él no está en ese momento. Ahora el mando es siempre suyo, la voluntad que se impone es la suya y el ritmo al que todo transcurre es el suyo. Mando y ritmo, temple cuando se funden ambas cosas, tiene Nazarí corriéndole por las venas... Esa manera de parar al toro, de aguantarlo para que se olvidara de su cobardía, de darle guerra en su terreno y en su terreno vencerle, dominarle, cuajarlo. Lo dicho al principio: por encima de las circunstancias. Fue la de Nazarí faena para aficionados. De que Huelva se metiera de lleno en lo que allí estaba pasando se encargó luego Chalana, que es la raza revestida de clase en un animal. En sus batidas hay toda la verdad de quien se va al pitón donde se juega la suerte pero también la clase de quien lo hace todo toreando... Como al segundo, lo remató con Remate anchando Diego con su capacidad el espacio del ruedo onubense, metiéndose por ese resquicio por donde sólo cabe él y su ambición. Pinchó antes de un rejonazo, el público pidió la oreja, pero el palco no lo concedió. Ya no pasa nada: ahora Diego Ventura es el dueño de su tiempo, de su suerte y de cuanto pasa a su alrededor...  
31/07/2015
Huelva
 ovación tras petición y dos orejas
Fernando Sampedro