Ni los elementos pueden con un pletórico Ventura

Llovía, pero como si no lloviera. Diluviaba por momentos, pero como si no diluviera... Se montaba a caballo, salía a la plaza y se ponía a torear como si se dieran las mejores circunstancias para ello. Como si el piso no fuera un barrizal, como si en cada pisada no estuviera en juego tantas cosas empezando por la integridad. Diego Ventura está pletórico, soberbio, en puro estado de magia. Y ni la lluvia ni todos los elementos juntos pudieron doblegar su voluntad y su capacidad para bien del disfrute del público de Plasencia que, cuando más llovía, se olvidó de que llovía para ponerse a aplaudir. Cuatro orejas y un rabo para él. Triunfador de una tarde infernal y de mucha exposición, a la que Diego no le puso excusa alguna porque en cada corrida, en cada aldabonazo, está alimentar su espíritu y colmar su hambre de gloria. Un fuerte aguacero le cayó durante toda la lidia de su primero. Si era difícil ver de tanta agua como caía, cuánto más torear... Pero no hubo rémora alguna en su decisión y ya de principio lo recibió con Suspiro garrocha en mano para cuajar un tercio de gran intensidad porque el de Terrón le puso pies al envite y Ventura, pulso a la embestida. En banderillas, el rejoneador de La Puebla del Río emocionó a los tendidos al recorrer por completo el anillo de la plaza galopando de costado y el toro literalmente cosido al estribo con Nazarí. Un puro ejercicio de temple milagroso, pero también de disposición y de entrega de los que diferencia a los que son grandes y quieren serlo aún más. Rubricó Ventura su faena con un rejonazo a lomos de Remate después de clavar las cortas. Necesitó de un descabello y, quizá, sólo eso le dejó sin el rabo. No importaba. Se lo cortó al siguiente, que alguna vez hemos contado que Diego no gusta de cuentas pendientes. Menos aún, consigo mismo. Aún menos en este momento profesional que vive en que se siente y se sabe capaz de todo. Seguía lloviendo al salir el quinto, aunque a esas alturas y, visto lo visto, Plasencia ya sabía que no iba eso a ser óbice para que el rejoneador cuajara soberbio a ese otro toro de Luis Terrón. Que no fue fácil, que no regaló nada, que esperó siempre antes de dar y, cuando dio, lo hizo con arreones y, por tanto, a la defensiva. Otro elemento más en contra. A los ojos de Diego: otro reto que vencer, otra batalla que ganar. Y la ganó, sobre todo, en otro tercio de banderillas para el recuerdo con ese sueño que se llama Sueño y que, tarde a tarde, sigue escribiendo pasajes inolvidables. En este caso, al clavar un par de banderillas dejándose venir al toro todo lo posible y más mientras él perdía pasos hacia atrás con Sueño. Surgió entonces el quiebro milagroso al calor ya de los pitones del astado, la suerte cuajada y la salida airosa mientras el público se frotaba los ojos y no precisamente para secarse el agua que ya calaba hasta los paraguas... Fue el colofón a otra cumbre de torero y caballo, coronado a continuación con otra gran actuación, ahora, con Maño y su manera tan sentida de quebrar. El rabo estaba pendiente, por eso se volcó Ventura en el rejón de muerte para dejarlo entero y sin resquicio alguno, lo que provocó la claudicación inminente del de Terrón. No podía ser de otra manera: cayó el rabo. Y Plasencia tiene ya inscrito su nombre en el libro de una temporada que va camino de ser una enciclopedia del toreo a caballo. Un libro escrito en cada ruedo, en cada plaza, como si cada una de ellas fuera una página. Ni todo el agua del mundo borrará la de hoy. Como ni todos los elementos juntos pueden con un Diego Ventura sencillamente pletórico.  
14/06/2015
Plasencia
dos orejas y dos orejas y rabo
Luis Terrón