Fino sigue haciéndose grande

El primer triunfo de la tarde en Lucena tuvo que ver Lucena misma. Porque hacía años que su plaza de toros había perdido el favor de su propia gente. Había perdido la luz especial que tienen las plazas de toros llenas de público. Pero esta vez recuperó ese esplendor, esa vida, ese temblor de las plazas que se saben vivas. Tres cuartos de plaza largos. Una gran entrada. Como hacía años que Lucena no registraba. Por eso la primera gran noticia, el primer gran triunfo tuvo que ver con Lucena misma y con la alegría distinta que le da a una ciudad cuando es protagonista de una tarde de toros que la gente hace suya de verdad. Qué mejor forma de prolongar este hálito que con el indulto de un toro –Petrolero, de Julio de la Puerta y a manos de Juan José Padilla- y con ese darlo todo de los toreros en una plaza cualquiera que esa plaza sea. Como Diego Ventura, que pudo ofrecer su mejor versión en el cuarto de la tarde, de Luis Albarrán, segundo de su lote. Un toro que, sin ser bueno, sí se dejó hacer, lo que, por suerte, hizo olvidar cuanto de malo y de nulo tuvo su hermano anterior. Este segundo, que fue cuarto, sí que tuvo posibilidades y eso, en manos de Diego Ventura, es una fuente inagotable de muchas cosas. Desde luego, de toreo. Lo paró con Bronce, con el que puso dos rejones de castigo entremedias de ir construyendo una primera parte de la lidia que fue clave para que el de Albarrán se asentara y maximizara cuanto de bueno tenía. Ello le allanó el camino a Fino, el protagonista de la tarde de entre la cuadra del jinete cigarrero. Sigue a más Fino. Creciendo, madurando, confirmando, cumpliendo cada una de las expectativas que su hacedor tiene puestas en él. Ya toreando de costado, ya clavando dos extraordinarias banderillas de frente, Fino fue quien puso más el alto el nivel artístico de la tarde. Porque no sólo es lo que hace, sino el ajuste con el que lo hace, ese terreno que a otros asusta y donde él se siente tan cómodo. Con este caballo había encendido ya Ventura la llama plena de la conexión con el público, lo que se encargó de rematar Milagro en dos palos espléndidos también, por supuesto, al quiebro, su especialidad. El primero de ellos, galopando y yendo al toro muy de largo. El segundo, reinventando la suerte para citar en la distancia corta y en esa corta distancia quebrar y clavar como quien roba un beso que sorprende y enamora para siempre… Tan a gusto estaba Diego que se decidió a hacer debutar a otro nuevo caballo en su cuadra. Se llama Soro, quizá porque trae consigo aires del Mediterráneo valenciano. Otras dos banderillas clavó con él para luego proseguir con el carrusel de cortas a lomos de Remate antes de pinchar dos veces y dejar el rejón definitivo. Fue ahí, otra vez ahí este año, donde el premio quedó en menos de lo que merecía la composición tan llena de tantas cosas especiales que Diego Ventura había diseñado a ese cuarto toro. Tantas como tantas se le quedaron pendiente en el primero. Decididamente imposible el toro de Luis Albarrán. Deslucido y desrazado hasta la desesperación. Malo de solemnidad. Arreón tras arreón, su comportamiento. Lo recibió con Lambrusco y dos rejones para luego dar forma a un tercio de banderillas de poder y de imponerse, de ir a buscar la pelea donde se libraba su victoria con Roneo y Duelo, a los que tocó bailar con la más fea, pero que desplegaron de nuevo la capacidad que les distingue para poderle a los toros que, como éste, apenas reducen su lidia a una batalla de fuerza. De fuerza y de inteligencia, que todo eso es el valor que luego bombea el corazón. En este caso, el corazón de Roneo y de Duelo. Remate, con las cortas, le puso pausa a los embroques que el de Albarrán propiciaba tan violentos. Lástima que, como después en el segundo de su lote, Ventura pinchara antes del espadazo definitivo. Con todo, el público le pidió con fuerza la oreja.  
16/07/2016
Lucena (Córdoba)
oreja y oreja
Luis Albarrán