El peso de la pena

26/08/2017
Cuenca
ovación y oreja
María Guiomar Cortés de Moura

Pesa la pena y pesa mucho cuando su pesar es grande. Y pesa la pena que se desgarra por el adiós de alguien a quien se quiere de verdad y a quien se admira. Como Diego Ventura al maestro Dámaso González. Se notaba en las miradas, en los gestos, en los rictus, en el ánimo. Hoy en Cuenca el vacío era grande y hondo y la pena pesaba y mucho. Desde el paseíllo y durante el minuto de silencio, que lo fue de silencio profundo, como con eco, cortante, hiriente, doliente. Pesa la pena y hoy pesó mucho en Cuenca porque se notaba ya la ausencia de quien en silencio se fue. Como vivía desde que colgó su último vestido de luces. Ese silencio de quien no precisa levantar la voz para que se le oiga porque se le oye aun en silencio. Cosas del respeto, ese don que se ganan los hombres y mujeres que son grandes sin pretenderlo, sólo porque nacieron para ello. Como Dámaso González, un señor del toreo.

Y su recuerdo -y su pesar también- pesaron demasiado sobre una tarde, además, plomiza en su meteorología. Pesó también la lluvia. En el ánimo del tendido y en el desarrollo de cada acto en el ruedo. Sobre todo, en lo que concierne al toreo a caballo, a lo que tampoco ayudó el juego de los dos toros de María Guiomar Cortés de Moura a los que se midió Ventura. Suelto y a su aire salió el primero, al que, no obstante, Diego fue metiendo poco a poco en el canasto a fuerza de irle convenciendo sin forzarle más de lo preciso para que no se fuera del todo. Sacó en banderillas a Nazarí, que es como el mago de cuya chistera siempre sale la solución más adecuada. Otra vez sucedió en una lidia impecable, cosiendo el jinete al toro a su estribo y tirando de él con ese magnetismo que parece imposible hasta que lo obra el Genio de La Puebla. Luego, al clavar en el punto exacto de la reunión, aquél donde la pureza de la suerte lo es de verdad. Apostó entonces Diego por Lío para ejecutar dos rehiletes al quiebro emocionantes por cómo se pasó la embestida del toro por los pechos del caballo. Mantuvo la intensidad de lo hecho hasta entonces con el carrusel de cortas con Bombón y sólo el hecho de que se demorara con los aceros redujo su premio a una ovación.

Mayor debió ser también el botín en el que cerró plaza, segundo del par del rejoneador hispano-luso. Recibió al toro, noble pero con el celo justo, montando a Campina para luego exprimir al máximo las posibilidades de su oponente en banderillas, primero, con Sueño, con el que firmó un ejercicio de temple mayúsculo al torear de costado, al recortar por dentro y al clavar al estribo aguardando ese tiempo de más que hace de la suerte realmente reunida. Sacó de nuevo a Nazarí para engrandecer todavía más el sentido del temple con el que Diego construyó por entero esta segunda faena y confió en Remate con las cortas para clausurar una faena compacta a pesar de cómo la determinó la lluvia. Mató pronto y le fue concedida la oreja, que Ventura paseó con el gesto inolcutable en su sentir de cuánto le estaba pesando la pena…