Diego Ventura se consagra como un genio del rejoneo

Los genios de un arte sorprenden porque su capacidad creativa, su impronta personal, su toque de distinción y su ingenio… lo identifican y les convierte en personas que desbordan los parámetros comunes con la más absoluta naturalidad. En este histórico 16 de mayo, en el que se recordaba con un minuto de silencio la muerte de uno de los más grandes de la historia del toreo a pie, Diego Ventura ha esculpido, cincelado, tallado con la gubia de sus muñecas y sus cabalgaduras su actuación más completa, redonda y rotunda hasta ahora en Las Ventas. El rejoneador de La Puebla del Río se ha consagrado como un genio del arte ecuestre, como un mago fabulador que hechiza los toros, como un encantador de embestidas a las que consigue encelar a la cola de sus caballos casi sin esfuerzo. Al primero de su lote lo esperó en la puerta de los chiqueros montando a Suspiro garrocha en mano y en una trepidante salida y con un temple majestuoso lo paró en un palmo de terreno hasta dejarlo en los tercios. En la segunda parte de la faena, con un toro muy cadencioso, Sueño y Ventura se fundieron para desatar el éxtasis, la inspiración, la fuerza vital, la salvación. Galope a dos pistas, galleando a la salida de cada banderilla y como colofón esa suerte que consiste en dejarse llegar al cuatreño, aguantando la acometida, templándola andando hacia atrás y quebrando en el último suspiro, ése en el que si te equivocas la tragedia sobreviene. Sueño introdujo a la plaza en esa sensación onírica en la que uno no sabe si ve la realidad o la recrea, done una piensa que flota como en el más allá. Los piafé con Remate clavando las banderillas al violín fueron el epílogo de una obra perfecta, medida, planteada con habilidad y arte. La casi insuperable perfección en la elección de los caballos, los terrenos, el riesgo y las suertes. Ritmo y compás, medida y forma. Lástima que el rejón se fue bajo y las veinticuatro mil almas despertaron como un resorte. Esperaba Caracol, un toro manso y muy peligroso, desentendido en el primer tercio que soltaba la cara con violencia y lanzaba cornadas con ansias de hacer presa en los caballos de Diego. Sin embargo, Ventura no se precipitó y comenzó a hipnotizarlo con Maletilla de salida. Apoyándose el caballo los cuartos traseros, giraba veloz el caballo sobre sí mismo, y cuando el animal de El Capea quería huir se tropezaba con la cabalgadura de Diego. Así obró el milagro, verso a verso, estrofa a estrofa, hasta componer un romance de rima multicolor. Los versos más intensos por esa rima sonora y consonante llegaron con Nazarí, que se tensaba como un arco en las tablas para someter la embestida y dominarla. La violencia era respondida con seda. Milagro, esa yegua torda que convierte lo imposible en prodigio, se metió en el terreno de Caracol, cuando el animal  ya casi no se arrancaba y clavó Ventura una banderilla en todo lo alto. Remate, antes de entrar a matar, deleitó a todos con una rueda de tres banderillas cortas, ese terceto de fácil aprendizaje, que supone el corolario de una larga historia. Y antes de matar, angustia, diálogo silencioso, mirada a lo alto. Y el rejón de muerte clavando en lo alto. Fulminante cayó el murube de Capea y se pidió con mucha fuerza un rabo que habría sido el justo premio a una tarde que ya forma parte de la inconclusa historia del toreo. Vuelta al ruedo despaciosa, saboreada y agasajada con los merecimientos del héroe romano que vuelve para colocar su dignidad de hombre de bien en el olimpo de los elegidos. Hasta allí se le llevaron a las nueve y media de la noche, el pueblo, sus incondicionales, sus íntima legión, cuando atravesaba en volandas el altísimo portalón de herradura de la plaza de toros de Las Ventas.  
16/05/2015
 Madrid
 ovación tras petición y dos orejas con petición del rabo
 El Capea y Carmen Lorenzo