Diego Ventura no es de este mundo

15/08/2018
EL PUERTO DE SANTA MARÍA
Dos orejas y oreja con petición de la segunda
Ruferser
   
Diego Ventura no es de este mundo. No es una opinión, más bien, parece una constatación. Una prueba que se reafirma así misma cada tarde de toros donde él está. Su techo parece lejos aún. Su nivel, estratosférico... y subiendo. Su cuadra, inalcanzable e irrepetible..., salvo en el caso de Diego Ventura, cuya chistera nunca tiene fondo. Su motivación, por las nubes. Después de veinte años, por las nubes aún. Y si todo se reúne como sucedió hoy, pasa lo que pasa: que el espectáculo surge insuperable. Maravilloso, deslumbrante, único. Y la gente es feliz ante tamaño acontecimiento. Por eso le espera como cantó el recibo con palmas por bulerías nada más que pisó el ruedo antes de la lidia de su primer oponente. Fue como un augurio, la expresión de una expectativa, la expectación de una ilusión. Y todo ello se cumple: el augurio, la expectativa y la expectación. Por eso la gente es feliz cuando viene a los toros a ver a Diego Ventura. Como a descubrirle aun después de veinte años. Como a dejarse conquistar, como dispuesto a enamorarse. Es lo que hace heróes a los héroess. La faena a su primer toro, un excelente ejemplar de Ruferser, fue un lío muy gordo, en el que Diego Ventura dio un recital de maestría, de frescura, de inteligencia, de torería, de sentido del temple y de dominio de la escena. Una obra cumbre del cigarrero, que cuajó de principio a fin la acompasada emebstida del astado, un punto mansito, pero que desarrolló un ritmo exquisito. Como un caramelo en la puerta de un colegio: el material propicio para que el Genio echara a volar toda su genialidad en una composición que está ya entre las más importantes de su gran temporada de 2018. Recibió al toro con Guadalquivir y pronto lo fijó sobre los cuartos traseros, girando en torno a él muy despacio, suave, como acariciándolo, como convenciéndolo para que se quedara allí. Y el toro lo hizo. Y abrió Diego el tercio de banderillas con ese caballo total que es Fino, estando el astado algo cerrado a tablas, lo que aprovechó el jinete para meterse por dentro, apurando el espacio justo que había para terminar de meter al público en todo lo que vendría después. Que fue mucho. Mucho. Una enormidad. Cada banderilla con Fino, quebrando a base de llegar muy a la cara, jugando al límite con los espacios, exponiendo al provocar la acometida del animal al mismo tiempo que quebraba. Luego, las piruetas. Una, dos, tres, cuatro… Todas las que cabían y más. Pero todas ellas, otra vez, allí donde el aliento de los pitones ya quema. Y todas ellas también con una coreografía exacta por lo a compás que surgían. Y luego Nazarí, el caballo torero por excelencia. La consumación de todo a lo que alguna vez se pudiera aspirar que hiciera un caballo. Lo de Nazarí es estratosférico. Y lo de la conjunción de Ventura con él, para que se estudie con el paso de los años. Único. Increíble la forma con la que invade la intimidad del toro y se lo cose a su mando, tan de seda, a ese pulso tan milimétrico para recorrer metros y más metros como en una espiral, hilado casi al estribo del torero, sosteniendo su paso y su velocidad, marcándola, imponiéndola. Ni siquiera sin irse de la suerte, tan pronto soltaba sin soltar a su oponente del envite de costado, lo encaraba a dos metros escasos y clavaba con una reunión perfecta. Y así, por tres veces. Como tres cortas al violín dejó Diego Ventura en el centro del ruedo, también con una precisión impecable en su reunión con Remate. El rejonazo fue fulminante y el ejemplar de Ruferser que cayó como una pelota a su vez, rubricando con su muerte la belleza tan homogénea, tan bella, tan deslumbrante de la faena del jinete cigarrero. Dos orejas incuestionables y El Puerto arropando su vuelta al ruedo con palmas a compás. La faena a su segundo toro fue de rabo. Y lo hubiera cortado porque la gente, en el tendido, se asentían con la cabeza unos a otros mientras se miraban, felices, y con ese mirada se decían que lo que estaban viendo era de otro mundo. De otro nivel. De otra liga. Si Diego Ventura no cortó ese rabo es porque tuvo que descabellar después de un rejón que cayó perpendicular. Si no, ahora les estaríamos contando la rúbrica perfecta a una faena sideral. Y eso que este quinto no fue el toro anterior. Fue otro toro. Noble, sí, pero rajado. Nada que excusar. Diego salió a por todas desde que lo recogió a portagayola con la garrocha montando a Lambrusco. No se prestó demasiado el de Ruferser, pero consiguió luego Ventura fijarlo y encelarlo con la grupa con pulso de terciopelo para luego, tras clavar, pegarle varios lances a cuerpo limpio con el caballo hecho capote que derrocharon torería cara. La faena en banderillas fue de más a más todavía. Y eso que el nivel ya quedó puesto muy alto con Bronce, maravilloso toreando por la cara, tan a milímetros, tan colocada la cara, tan metido en la suerte, tan dominante, tan torero… Ventura y Bronce dominaban y se manejaban en ese espacio mínimo con una solvencia apabullante. Como el cite a dos metros, inclinada la cabalgadura, desafiante y arriesgando por la distancia con que lo hacía para clavar en corto y poner ya a la gente en pie para que no se sentara más. No le dejó la impresión de cada banderilla con Lío, llegando tanto también a la cara y reuniendo en un solo gesto el cite, el quiebro y la salida con el toro de Ruferser metido literalmente debajo de Lío. Tampoco le dejó la sensación de Quillas y su levada eterna con la que Diego Ventura llega a dos metros escasos del toro para entonces clavar. Una locura la plaza. La locura de la felicidad. Faltaba el colofón a esa pasión desbordada que llegó con el par a dos manos sin cabezada con Dólar y otra exhibición de doma sobre las piernas abrumadora y sublime. En lo que se tarda en clavar una rosa, dejó Diego las dos con Remate para que, hasta el final, su obra siguiera con ese hilo de la continuidad en su argumento y que tanto emociona a la gente. Pinchó una vez antes de cobrar un rejón entero tras el que precisó descabellar. Ahí perdió el rabo, pero, aún así, pidió el público con fuerza la segunda oreja, aunque la presidenta sólo concedió la primera. Daba igual. Ver a Diego Ventura salir a hombros rodeado de tanta gente y, sobre todo, de tanta gente joven daba cuenta de lo que había generado: la felicidad plena en la gente que hoy le vio en El Puerto constatando que, en efecto, Diego Ventura no es de este mundo…