Cuando el toreo se hace magia…

04/08/2017
BEJA
Vuelta y vuelta
Diego Ventura
Las noches de toros que Diego Ventura lleva aquilatadas esta temporada en Portugal se cuentan por locuras. Por bellísimas locuras. La locura que emana de la pasión. Y de la fantasía, Y del arrebato. Y del no poner límites a la capacidad de crear. Y de creer. Y de soñar. Y de hacer verdad lo soñado. Beja se sitúa ya en lo más alto de esas noches mágicas. Sin ánimo de utilizar el adjetivo con ligereza, sino en todo su valor. Porque mágico fue que, con el quinto toro tan cerrado a tablas, aquerenciado y a la espera, se fuera Diego con Fino a escasos dos metros de él, pararse, posarse, clavarse y citar una y otra vez hasta que el astado se arrancara. Sólo Dios sabía cuándo… La espera se hizo eterna. Fue eterna. Interminable. O casi, porque un momento hubo en que el toro -de Ventura, por cierto- se arrancó para que a Diego y Fino no le quedara más tiempo -seguro que menos de un segundo- para quebrar, clavar y salir. Pero lo hicieron. Y todo, de forma impoluta. Como volando. Sencillamente impresionante. Único. Para el recuerdo. Explotó la plaza en un clamor unánime al tiempo que el jinete de La Puebla del Río volaba de plenitud por lo acababa de hacer. Y mágico fue también que se inventara -porque hacerlo verdad no pudo, ya que el palco no se lo autorizó- un par a dos manos con Dólar, sin cabezada y hasta sin banderillas. Dicho queda, no lo permitió el palco. Pero Ventura se debe a la gente, a su gente, a la que va a verle y no quiso que se fuera con sabor a menos. Así que montó a Dólar, se imaginó que portaba una banderilla en cada mano, citó dando el pecho al toro, muy en corto, con toda la suerte y el mando confiado a sus piernas, para jugárselo de verdad a la única carta del atrevimiento y de la locura -ésa que alimenta los sueños-, cuartear y hacer la suerte como si no fuera simulación, sino real. Todo exactamente igual. O incluso mejor. El público de Beja volvió a explotar de entusiasmo en lo que Diego Ventura daba otra clamorosa vuela al ruedo. La segunda de la noche. Apoteósica. Ensordecedora. La primera la dio tras cuajar otra soberbia faena a su primero, también de la casa. Un toro que tampoco le ayudó demasiado y al que paró con Lambrusco en un primer tercio en el que dejó muletazos puros instrumentados con todo el cuerpo del caballo. Muy despacio. Saboreando la suerte. Recreándose en ella. Fue el adelanto del ejercicio primoroso de temple que llevó a cabo montando a Nazarí. Al torear conduciendo a dos pistas y al clavar dejándose llegar toda la acometida del toro para torearla en batidas emocionantes por su exposición. Dejó Diego un extraordinario carrusel de cortas al violín a lomos de Rematecomo broche a una faena plena, que desprendió la seguridad, la consistencia, la rotundidad y el poso que definen el momento de Ventura. Pero, sobre todo, la magia. Como la noche entera a manos de Diego Ventura. Una noche de hermosa locura: la que emana del toreo que se hace magia…