Como decíamos ayer…

Como aquel viejo maestro a la vuelta a su púlpito de sabiduría tras varios años que le tuvieron en silencio, este otro maestro, el del toreo a caballo, ha vuelto a dictar hoy otra lección de rejoneo a su vuelta a una plaza tras el receso de los días que cerraron un pletórico septiembre para abrir un ilusionante octubre. Como la última vez hasta hoy, otros tres trofeos, otra dos actuaciones rebosantes de torería y de capacidad, otro triunfo irreprochable, otra puerta grande de par en par, otro capítulo grande en el libro de una temporada para la historia. Diego Ventura también ha plasmado hoy en Úbeda este momento de felicidad en que se encuentra para rememorar y hacer suyo aquello que dijera el viejo maestro: "Como decíamos ayer..." La obra grande de la tarde en Úbeda fue la primera, la cuajada -nunca mejor dicho lo de cuajada, que viene de cuajo, de hondo, de pleno- a un gran primer toro de Los Espartales, que derramó clase a raudales, esa misma clase que justifica porque esta ganadería está entre las predilectas de los rejoneadores. Desde que saltó al ruedo jiennense, el cuatreño fue todo calidad en cada cosa que hizo. En cómo galopó tras las cabalgaduras, en cómo fue de verdad y con tanta nobleza por delante, en cómo no perdió nunca su atención a su retante, en cómo se fue pronto tras cada cite... Un gran toro, queda dicho, que Diego Ventura toreó a placer, sobre todo, con Nazarí y Ritz en un tercio de banderillas milimétricamente perfecto. Todo lo que pasó en ese núcleo central de la faena fue justo lo que tenía que pasar. Nada le faltó, nada le sobró. Y un detalle llamativo ya mencionado: con Nazarí y Ritz como protagonistas. Un detalle de lo que viene siendo el año de Ventura: una temporada en la que brillan por igual los caballos más consagrados, los que son estrella, y lo que son nuevos, debutantes, aunque promesa ya también del tiempo que está por venir... Lástima que esta primera faena fuera justo eso, la primera, la que abría acto, lo que motiva siempre que el público esté aún por meterse en la corrida... De no haber sido así, hubiera sido obra de dos orejas. Tras pararlo con Suspiro y pulsar de inmediato las enormes posibilidades del astado de Los Recitales, el jinete cigarrero sacó a Nazarí para coserse el toro al estribo, imantarlo y ponerse a torear llevando completamente embebida su voluntad en compases de un temple líquido sin igual. Luego Ritz quebró con nervio, valor, ajuste y mucha espectacularidad para que, a continuación, Remate coronara la composición con las cortas y un rejón que supuso la primera oreja con fuerte petición de la segunda. El palco se guardó ésta, pero Úbeda supo suya otra de las mejores versiones de un torero en sazón. El doble trofeo sí cayó con el cuarto de la tarde, un ejemplar del mismo hierro aunque no lo pareciera. Si aquél fue el alfa, éste fue el omega. Los dos polos opuestos entre los que se sitúa la bravura y lo que no lo es. Malo de solemnidad, complicado de veras, obligó a Diego Ventura a sobreponerse y a imponerse a un cúmulo de brusquedades. Lo hizo desde el profundo fondo de oficio que le alumbra, poniendo siempre el toreo por delante en esa vertiente de lidia que tan exigente es. Para ello es necesario contar también con una cuadra muy capaz. Ventura la tiene. Ahí está si no el pulso de Lambrusco al parar, el corazón de Roneo para pisar terrenos imposibles, el poder soberbio de Milagro para ir, quedarse, quebrar e irse en la cuerda floja que es la oleada bruta del bruto que se defiende rehuyendo la pelea, y la seguridad de Remate para culminar y cerrar el círculo de la redondez en que vive su torero. Esa redondez que es plenitud, que hace del toreo el compás al que late y al que vive Diego Ventura. El maestro que hoy volvió para hacer suyo aquello del "Como decíamos ayer..."  
03/10/2015
Úbeda (Jaén)
 oreja y dos orejas
Los Espartales