Por eso Antequera te espera siempre…

Lo dicen los hechos, ésos que se suceden un año tras otro: Antequera es territorio venturista. Porque es una de esas plazas que inspira especialmente al jinete sevillano, uno de esos escenarios donde cada agosto firma obras cumbres, grandiosas, de las que se esperan hasta el año siguiente. Llega a Antequera y Ventura siempre supera el eco, el recuerdo de aquello que dejó hecho la última vez. Hoy pasó. Sobre todo, en el quinto, un toro manejable de Ángel Sánchez, que se movió y que se dejó más, mucho más, que su hermano anterior, que fue un reo. Éste, al menos, colaboró y eso es suficiente para que el Genio derrame su genio apoyado en una cuadra excepcional. Una cuadra tan amplia y tan densa, tan larga y tan ancha, que siempre tiene recursos al máximo de rendimiento. Es como una chistera de la que, en vez de conejos, salen caballos con los que Diego hace magia. La magia del toreo, la que cautiva, embelesa y deja asombrado. Como la faena a este quinto. La inició el sevillano con la garrocha a lomos de Añejo. Pulso puro. Pulsión. Medida. Precisión. Como si tuviera un reloj suizo en sus brazos para marcar cada segundo de la suerte con el compás exacto de cada uno de ellos. Cada uno a su tiempo, sin amontonarse, sin acelerarse. El tiempo durando lo que tiene que durar el tiempo. Temple, que se llama. Y todo esto, con un toro recién salido de chiqueros, por tanto, desbocado, suelto, acelerado, enardecido. Dio igual: el surco que marcaba la garrocha era como los hilos más finos del percal de seda de un capote y el toro de Ángel Sánchez, hipnotizado tras ellos. Sacó entonces a Nazarí para que Nazarí disfrutara. Y le dejó estar. Y le dejó ser. Que fuera él, con eso bastaba. Y Nazarí fue como eso mismo que antes Añejo, pero ahora, como si fueran los flecos invisiblemente sueltos de una muleta rítmica y sinfónica, recia y derramada, rota y encajada... Sencillamente, Nazarí hizo el toreo en cada cite, en cada encuentro, en cada batida, en la manera de embeber y conducir la embestida del cuatreño. A esas alturas, la gente estaba ya loca de entusiasmo. El colofón fue Ritz, que es como un rayo en medio del cielo completamente despejado. Aparece, truena y se clava en el alma. Es decir, Ritz se pone de lejos, cabalga, se frena, se para, lo detiene todo, quiebra en el balcón de lo imposible poniendo todo su cuerpo delante mismo de la embestida del toro, clava y se queda recreándose en la suerte. Un clamor. La locura colectiva. La pasión, en definitiva. Antes de cobrar un rejonazo de libro. Diego Ventura lo paró otra vez todo a su alrededor con un par a dos manos con Remate sencillamente sublime. Cayeron los máximos trofeos para Diego y la historia quedó reescrita de nuevo. Por eso Antequera te espera siempre... La cruz de la moneda fue el primer toro del lote del jinete de La Puebla del Río. Un toro bruto, bronco, desabrido, sin clase, con mal aire. Lo recibió con Lambrusco y ya por entonces el ejemplar de Ángel Sánchez se le ponía por delante. Además de reservón, se atrincheró del tercio hacia adentro y Ventura se peleó con él lidiando con Roneo, que hizo de su cuerpo la muleta que tiraba una y otra vez del toro para abrirlo y poder clavar. Para eso, Roneo se le dejó llegar muy cerca, metiéndose entre los pitones y tirando de él sin que el toro le alcanzara una sola vez. Completó Ventura el tercio de banderillas con Soro y lo mató con Remate, tras lo que obtuvo su primera oreja de la tarde. Una tarde que ya forma parte de la tradición venturista. Es la tarde de Antequera, la que Antequera espera siempre y a la que el mejor Diego Ventura nunca falta.  
20/08/2016
 Antequera
 oreja y dos orejas y rabo
Ángel Sánchez y Sánchez