Ventura, rey de Madrid

Hay un camino trazado entre La Puebla del Río y la gloria que se mide en trece pasos. Y cada paso tiene, a su vez, una medida diferente. También una huella distinta. Pero cada uno de esos pasos necesita del anterior y del siguiente porque el camino hacia la gloria no le regala nada a nadie. Trece pasos, trece puertas grandes. La Puerta Grande de Madrid, que es la puerta más grande del toreo. La que parece inalcanzable, lejana, demasiado alta. La puerta grande que separa la tierra del cielo. Y el cielo también coge de camino hacia la gloria. Treces veces ya lo ha tocado Diego Ventura con sus manos. Hoy fue la última. Por ahora. De momento ya se sabe que entre La Puebla del Río y la gloria caben trece pasos. Trece pasos que llevan la huella de Ventura. Y a la gloria sólo se llega si es pasando por Madrid. Un reino con rey: Diego Ventura. Fue la faena al excelente primer toro de Los Espartales, Jardinero-8 de nombre, un monumento al temple de torear a caballo. Tenía mucha fe Diego Ventura a su lote de toros y éste se la hizo buena. Ya desde el encuentro en el recibo con Lambrusco tuvo tiempo el torero de probar el tranco de dulce del astado, su ritmo, todo lo a compás que se desplazaba, con clase, sin un solo detalle feo. Y todo ello lo multiplicó y lo expuso a los ojos del universo de Las Ventas al iniciar el tercio de banderillas con Nazarí. Se lo hiló a su mando como es marca de la casa y cubrió Ventura dos vueltas completas a Madrid, sin un solo tirón, conduciendo con tacto de seda y terciopelo una embestida que era para recrearse en ella. Fue clave eso en el conjunto de la faena: la forma en que Diego pulseó y elevó la ya de por sí elevada condición del ejemplar de Los Espartales. Ya saben aquello del temple que hace mejores a los toros que son buenos… Dejó dos banderillas con Nazarí que fueron música pura, una sinfonía de toreo hecho caricias. La segunda de ellas, como si fuera con Sueño, dejándose venir al toro al tiempo que le perdía pasos para batir en la misma cara y clavar. Prosiguió con Fino, que hizo cosas sencillamente preciosas en la plaza. Todo lo que hizo tuvo el marchamo de la belleza, ese don del que también precisa el toreo. Citó muy de lejos Diego y galopó con franqueza y con majeza para, ante el aliento del roce de los pitones, quebrar batiendo una barbaridad al pitón contrario, pasarse toda la embestida por los pechos y clavar al estribo con el ajuste máximo que pueden comprobar en las fotografías de González Arjona. La espectacularidad que no es alboroto sino belleza también la puso Ventura con las piruetas en la cara de Jardinero, que seguía ahí expresándose con esa clase que un torero sueña para una tarde así. Sacó entonces a Remate para componer un carrusel de cortas de suma lentitud y precisión suiza al clavar. Todo ello envuelto en una pausa, en un ritmo, en un tiempo tan especial que Madrid saboreó en pie. Buscó el jinete de La Puebla del Río la seguridad al matar que le da el debutante Bombón, con el que cobró un rejonazo entero y fulminante tras un pinchazo anterior que puso al toro a los pies del torero. Sólo ese pinchazo rebajó el premio final porque la faena fue claramente de dos orejas. Dice Diego Ventura que se la lleva guardada en el corazón y reconoce que se abandonó de verdad haciéndola. Desde luego, es una obra enmarcada ya en el capítulo de las piezas magistrales que el jinete ha compuesto en la primera plaza del mundo. El segundo, Marqués de nombre, nada tuvo que ver con su hermano. Éste fue un toro con muchas teclas que tocar y, sobre todo, tremendamente exigente en cuanto a lo mucho que pedía del toreo que tenía delante. No tuvo una embestida igual a la otra. Cada una de ellas era un cara o cruz. Y ganar la partida iba en ganar, precisamente, cada una de esas monedas lanzadas al aire. Era violento el toro, pero tenía emoción. Y ésta la multiplicó Diego con su actitud desde los primeros compases con Bronce, debutante en Madrid, y que no tuvo un bautizo sencillo. Todo lo contrario. El astado acometía a empellones, esperando siempre y buscando sorprender. Sortear sus envites fue cuestión de mucho pulso. Del que se imprime desde las riendas y del que se impone desde el corazón. Aceptó Diego el reto con suma decisión y puso en liza a Sueño. Y se fue a buscar al de Los Espartales y lo embebió en el toreo de costado, midiendo con precisión la medida distinta que por segundo tenía el son del toro y lo recortó de forma escalofriante, a cara o cruz otra vez, en dos ocasiones por los adentros, aun cuando ni había sitio por donde meterse y aun cuando se exponía Ventura a que su oponente le apretara hacia las tablas dejándole sin espacio. No le importó. Nunca le importó eso a Diego. De hecho, tras clavar una primera banderilla, volvió al mismo punto del combate, de nuevo metiéndose por los adentros, para dejar dos recortes igual de ajustados pero de más dominio del resultado final, justamente, porque ese pulso de la pelea lo había ganado el torero. Que no se cansó de asumir riesgos, como la banderilla todavía con Sueño partiendo la cabalgadura desde dentro, citando muy en corto, y, por tanto, dando la ventaja de su querencia al toro. Vibró Madrid con tanta sinceridad. Sacó entonces el jinete cigarrero a Chalana, con el que primero puso el adorno en los cites y luego más apuesta aún al clavar. El carrusel de cortas con Remate no perdió ni un ápice de intensidad y, así las cosas, la faena llegó a su momento decisivo con los puños apretados por lo mucho que estaba en juego. Fue esquivo el azar en primera instancia y el intento de rejón de muerte de Diego Ventura resbaló en uno de los de castigo reduciendo al máximo el margen de error que ya le quedaba para ganar o perder su decimotercera Puerta Grande de Madrid. Cobró entonces un rejonazo fulminante y la petición de oreja fue unánime. Iba en ella el reconocimiento, no sólo a lo hecho, sino a cómo lo hizo el rejoneador. Cayendo la noche sobre Madrid, se elevaba sobre los hombros de la ciudad la plenitud de Diego Ventura camino de esa puerta que conoce como pocos. Otra vez abierta por entero para él. Un nuevo paso camino de la leyenda. Ya son trece. Los trece pasos que hoy llevan a Diego desde La Puebla del Río a la gloria pasando por Madrid, el reino del que es el rey.  
20/05/2017
 Madrid
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Los Espartales