Otra vez tan cerca de lo imposible…

Fue tan grande aquella faena de agosto pasado, que parecía imposible siquiera repetirla. Aquel sueño con Sueño, Málaga enloquecida, el toreo a caballo rayando la frontera de lo mágico... Fue tan grande todo aquello que pareciera imposible que volviera a suceder. Sólo que se trata de Diego Ventura y es ahí donde lo imposible deja de serlo en aras de la genialidad. Y por eso se ha vuelto a repetir: porque se trata de Diego Ventura. Ya había firmado una preciosa y maciza faena en el primero, un buen toro de María de Guiomar Cortés de Moura, al que cuajó, especialmente, a manos del temple puro de Nazarí. Una oreja recogió como premio. Un premio que, quizá, con Málaga en feria, habría sido mayor... Como lo habría sido en el cuarto, un toro bravo del mismo hierro que el anterior que se prestó ejemplar al toreo de Diego, a lo que exige y precisa como torero: movilidad, franqueza y emoción. Los tres condimentos tuvo Rana-10, el astado de Guiomar, que Ventura atemperó con Lambrusco tras clavar dos rejones de castigo. En estos primeros encuentros ya probó el torero cigarrero el buen fondo de su oponente, por eso no dudó un segundo que era la hora de soñar. Y sacó a Sueño y Málaga soñó despierta ante semejante despliegue de capacidad y de torería. Porque toreó de costado Ventura con Sueño templando la encendida embestida del bravo, deteniéndola, acompasándola, sin que le rozara siquiera, para recortar por los adentros por más que pareciera que sitio no había. Y si no lo había, Diego se lo inventaba para meterse por dentro desafiando -o retando, mejor- las leyes de la lógica a cambio de traspasar -dicho queda- la raya de lo mágico. Siguió el tercio con Sueño clavando, sobre todo, una banderilla dejándose venir por completo al toro muy en largo, perdiendo pasos a la vez que el astado los ganaba y quebrando tras propiciar el embroque muy cerca de las tablas, sin más salida ya que hacia delante. Se puso en pie la Malagueta como lo hizo luego con otros dos pares al quiebro con Ritz, ejecutados desde cero porque Diego Ventura sostiene el encuentro hasta que, también, no hay más remedio y entonces es la batida del caballo apoyada en sus cuartos traseros donde se funden ese encuentro, el quiebro y la propia salida de él. Y así, por dos veces. Siguió el recital del Genio con el carrusel de cortas con Remate, puro espectáculo, puro toreo. Pero otra vez se repitió también aquello que parecía imposible como en agosto: los pinchazos con el rejón de muerte. Y la altura del premio quedó por debajo de la obra y su merecimiento. Parecía imposible, hasta que volvió a suceder. Apuntado queda que ya antes había anticipado Diego sus intenciones de llevarse hoy para La Puebla las llaves del corazón de Málaga. Disfrutó con el ritmo y el son templado tan murubeño del primero de su lote desde el recibo con Añejo. La cima de la faena inaugural de la temporada malagueña fue con Nazarí, en cuyo estribo imantó en varias ocasiones el jinete a su oponente para hacer con él lo que su voluntad mandó. A la distancia del aliento, donde queman las emociones y toda la suerte está en juego. Ganó la apuesta ese infinito sentido del temple que vive en las entrañas de Nazarí y la Malagueta se entregó ya ahí, a las primeras de cambio, sin remisión, al magisterio del Genio. Con Fino, se adueñó Ventura de nuevo de los espacios al batir, clavar y salir con piruetas en la misma cara del ejemplar de Guiomar, sin concesión alguna a la galería, todo en ese extremo de ajuste donde se debate si las suertes lo son o no en pureza. Cobró Diego un rejonazo fulminante con Bombón y le fue concedida la primera oreja de la temporada malagueña. Poco para tanto.
15/04/2017
 Málaga
 oreja y ovación
María Guiomar Cortés de Moura