El broche de oro a un año de ensueño, otro más…

No podía ser de otra manera. Tenía que se así, a lo grande. Como todo el año. A la altura del más alto nivel del Genio para culminar una temporada más de superación. Por imposible que parezca. De superar lo que cada año, cuando llegan estas fechas, parece ya insuperable. Pero Diego Ventura existe para romper todos los límites e inventar más empezando por reinventarse a sí mismo. Y aumentar su leyenda. Porque sólo es leyenda quien, habiendo llegado al cielo de todas las aspiraciones, sigue elevando la altura de ese cielo hasta confundirlo con la inmensidad. En ella vive por derecho propio un torero del que mañana se leerá en los libros. Se llama Diego Ventura y hoy, para culminar su culmen personal, ha dejado escrita en las paredes de la Plaza de Toros de Jaén una de esas faenas que adquiere nombre propio hasta el punto de que, por más que pase el tiempo, los aficionados la recordarán justo así, como la faena de Jaén. Sucedió a las primeras de cambio, en el primer turno de Diego Ventura en la tarde de su adiós a 2016, al menos, en España. Para qué esperar más si ya hoy se terminaba todo… No cabía margen, la tarde entera había que exprimirla para que en el paladar del aficionado y en el hambre mismo del artista quedaran ganas de más y de que pase el tiempo rápido para que pueda haber más. El toro de Luis Albarrán, Monteclaro-80, se movió con brío tras el temple de Lambrusco, sobre cuya grupa paró y ató el jinete a su oponente. Dicho queda que el toro se había desplazado con alegría y entusiasmo tras el caballo. Tocaba entonces medir su calidad y ésta quedó calibrada en dos muletazos majestuosos dibujados por Ventura en los medios del coso de Jaén. Desde el cuello de Lambrusco hasta la cola. Por entero y muy despacio. Una delicia. Dejó Diego un solo rejón y se fue raudo a por Sueño. Fue lo único que hizo rápido el torero. No quería perder tiempo. Le ardía el ansia por cuajar a ese toro. Y eso fue lo que hizo en un tercio de banderillas de ensueño. Por cómo, sin más, se cosió al de Luis Albarrán al estribo para conducirlo por media plaza galopando de costado y, de repente, en menos de un chispazo, pegarle a la plaza un calambrazo de emotividad al tiempo que un recorte al toro muy por dentro. Tan por dentro que pareció imposible que por ese espacio cupieran Ventura y Sueño. Desafiando las leyes de la física. Reinventándolas también. Lo hizo hasta dos veces más en medio de la fascinación del público que ya ahí, tan sólo ahí, bullía de emoción. Agrandó Diego la grandeza de la faena con Sueño con toda suerte de fantasías. Por ejemplo, dejando toda la plaza en medio del cite entre él y el toro. Llamando a éste tan así de lejos, dejándoselo llegar al tiempo que perdía pasos para reaccionar entonces y salir en busca del encuentro, quebrar y clavar cuando los tres eran sólo uno. O por ejemplo, citando muy en corto justo en los terrenos contrarios de la plaza, provocar a caballo y toro parado y quebrar y clavar en los dos metros en los que cupo todo eso que sólo puede ser fruto de un torero y un caballo para la historia. Los tendidos rugían de pasión, a lo que salió Chalana para avivar todavía más ésta en dos banderillas de ejecución exacta sobre la boca de riego después de que Ventura fuera llegando al envite desde muy lejos otra vez y con ese balanceo que en Chalana es geometría pura. Tras el carrusel de cortas con Remate, cobró el sevillano uno de los grandes rejones de la temporada, el mejor colofón posible para una obra cumbre, un dechado de todo aquello que un rejoneador sueña cuando sueña con ser rejoneador. Concedió el palco el doble premio para una faena que debió ser de rabo. Porque fue perfecta de principio a fin. Una gozada, un delirio, una locura… La última oreja de la tarde y de la temporada se la cortó el jinete de La Puebla del Río a Botín-38, de Los Espartales, el toro del cierre hasta el año que viene. Se movió con nobleza, pero se fue apagando. Eso sí, antes, se enroscó con Añejo en una espiral interminable, otra vez en los medios, en los que no hubo ni una sola brusquedad, ni un solo tirón. Todo fue precisión, ritmo, compás, temple. Y eso lo agradeció el ejemplar de Los Espartales, al que Diego Ventura enjaretó dos vueltas completas al anillo jiennense montando a Nazarí, toreando a dos pistas. Toreando, no sólo galopando. Porque lo que hizo el Genio fue galopar mientras llevaba toreado hasta el infinito a su oponente justo a la altura del estribo. Muy, muy despacio. Cuando se juntan, Diego y Nazarí encarnan la quintaesencia del temple, de aquello a lo que se refieren todos cuando hablan de torear despacio. Fue una exigencia grande ésta para el de Los Espartales, que llegó ya muy parado al tramo final de la faena. Por eso sacó a Ritz, que hace virtud de los toros clavados al piso para construir sus quiebros inverosímiles. Dos ejecutó Diego, el segundo de ellos, sobre todo, con ese halo de milagro que es marca de la casa. Tras las cortas al violín con Remate, se permitió el torero cigarrero el capricho de clavar un par de rosas a dos manos con la complicación de que había de llegarle mucho al toro y volcarse literalmente sobre él. Y lo hizo, claro que lo hizo… Recetó Diego Ventura otro rejón entero pero que precisó de descabello. Pidió que le dejaran solo en el ruedo: genuflexa la pierna, el pecho por delante, el mentón hundido, el brazo muy arriba y el golpe exacto para coronar la faena, la tarde y el año. Torerísimo. Pleno. Soberbio. Grande. Adjetivos todos ellos que le caben a otra temporada de locura. A un año difícil y de no pocas pruebas. Del dolor íntimo y difícil de reparar del artista que sabe que emborronó alguna obra de las más grandes de su vida. Otro año de preguntas a tantas injusticias que sólo encuentran explicación en el momento en que Ventura se queda solo en el ruedo. Él y el toro. Él con sus caballos. Él y el toreo, ése que está sublimando a golpe de ir más lejos de lo que nunca cupo pensar. Pero ya saben: no crean que el techo ya se toca. Diego Ventura no tiene la menor intención de ponerle techo a sus sueños. Y si no, vengan de nuevo el año que viene…  
16/10/2016
 Jaén
dos orejas y oreja
Luis Albarrán y Los Espartales