Ventura hace suyo el corazón de Manizales

Un espectáculo sin par. Multitudinario a la vez que íntimo. Diferente desde sus prolegómenos tan especiales en torno a la Virgen de la Macarena y a la devoción que le profesa la gente de Manizales. La pasión por la Tauromaquia convertida en una gran explosión de felicidad. Es el reencuentro especial de cada año de los aficionados de Manizales con una de las citas taurinas más genuinas y singulares de la temporada colombiana y americana. Predispone a los toreros y al público un ambiente así. Por eso cuanto pasa en este festival benéfico es pura magia… Con el recuerdo de lo vivido la tarde anterior aún muy vivo, Diego Ventura se hizo presente en el ruedo entre una atronadora ovación de reconocimiento y admiración. Montando a Cigarrera y garrocha en mano, el sevillano se fue a portagayola a esperar a su toro, Pluma al Viento de nombre, número 440 y con el hierro de Ernesto Gutiérrez. Salió suelto el toro, desentendido, pero se fue Diego a su búsqueda hasta conseguir encelarlo en la cabalgadura y pararlo. Tenía pies el toro, intensidad más que clase, lo que puso emoción a los primeros encuentros de Ventura con él. Tiempo de pulso para ganar la ventaja a esas alturas iniciales de la partida. Clavó el jinete dos rejones que sirvieron para atemperar las encendidas acometidas del burel de Gutiérrez. Entendiendo que la bravuconería se podía apagar pronto, Ventura se fue a por todas en banderillas desde el primer compás. Pronto y en la mano, que decía Antoñete... Sacó a Oro y se lo cosió al estribo para torearlo encelado a dos pistas. Muy justo todo, muy medido. Apretaba el toro y vibraba el público, siempre con la expresión de la emoción prendida en la boca y en la mirada. Dos rehiletes batiendo mucho al pitón contrario, sosteniendo y abarcando por entera la acometida todavía encendida del astado. Lo dicho: era más potencia que clase, pero eso le puso intensidad y emotividad a los embroques. Terminó Diego de materializar su lío con Ordóñez, sin duda, la sensación de esta temporada colombiana del rejoneador de La Puebla del Río. Otras dos banderillas dejó, al quiebro ambas y abrochadas con apretadas piruetas, tan limpias como comprometidas, que actuaban como olas imparables que provocaban la reacción al unísono de los tendidos llenos a rebosar. Química pura entre lo que sucedía en el ruedo y lo que se transmitía al público. Soberbio y entregado el torero, disfrutando, gozando con lo que hacía, con su milagro particular hecho toreo, con Ordóñez, a quien despidió con besos de reconocimiento y de gratitud. En este punto de la faena, el toro de Ernesto Gutiérrez terminó por rendirse y refugiarse en los adentros, lo que complicó y robó algo de continuidad a los pasajes finales. Apostó Ventura con las cortas al violín con Toronjo antes de cobrar un impecable par a dos manos. Un rejón entero que necesitó de un descabello puso fin a la faena, premiada con clamor con una oreja y una enfervorizada vuelta al ruedo que sólo significaba una cosa: Manizales ya es venturista también.  
08/01/2016
8/1/2016 Manizales
 oreja
Ernesto Gutiérrez