Una rúbrica nada fácil a un año de ensueño

Y termina un 2015 de ensueño. Un año impecable, gigante, difícil de superar. Un año con cifras de vértigo: 46 corridas toreadas entre aquel 4 de enero en Cartagena de Indias y este 30 de diciembre en Cali. Noventa y seis orejas y siete rabos cortados, un ramillete grande de faenas para el recuerdo, la décima Puerta del Príncipe de Sevilla, la duodécima Puerta Grande de Las Ventas de Madrid, el primer rabo de un rejoneador en la historia de la Plaza de Toros de Albacete, las dos cumbres de Nimes, gestos continuos en los retos planteados en busca de hacer más grande su profesión y el homenaje de respeto y gratitud hacia la afición… Diego Ventura le ha puesto ya la firma a su obra más completa, “la más importante”, según él mismo ha reconocido, lo que, en una carrera como la suya, es más que mucho, es historia viva escrita en tiempo presente que queda ya guardada en los anales del futuro. Y termina 2015 con una tarde complicada a tenor de la materia prima que tuvo delante. Dos toros muy deslucidos de Juan Bernardo Caicedo que en nada se parecieron a Ranchero, su hermano de vuelta al ruedo del pasado día 26. Ni siquiera entre ellos mismos se parecieron. El primero, Soviético de nombre, fue un toro a menos, sin fondo, al que le faltó todo lo que Diego le puso. El segundo, el último del año, fue, haciendo honor a su nombre, un Zorro en toda regla. Un ejemplar peligroso, complicado, exigente por duro y que reclamó de Ventura todo un ejercicio de capacidad, de oficio, de valor y de raza para imponérsele y terminar cortándole el último trofeo de 2015. Y todo ello, en medio del reconocimiento de la afición de Cali, que, en el conjunto de las dos tardes de esta Feria del Señor de los Cristales, ha tenido ocasión de disfrutar de la panoplia sin fin de toreo que es el toreo, la tauromaquia y el concepto de Diego Ventura. Soviético duró poco, demasiado poco. Se fue apagando y parando de forma alarmante, se agarró al piso, y eso requirió del torero un ejercicio importante de apuesta y de temple, de ir para quedarse, de ir esculpiendo cada embestida para hacerla embestida de verdad. O acometida más bien, porque el de Caicedo casi ni andaba. Se paró y se dedicó a esperar y dejar que le hicieran. Ventura clavó dos rejones de castigo con Demonio para luego inventarse literalmente la faena en banderillas con Oro para no recibir prácticamente nada a cambio. Visto que no cabía más, acortó Diego el trasteo, que cerró con Toronjo. Pinchó en primera instancia y ahí se le escapó la posibilidad del premio. Zorro fue un toro peligroso. Complejo. Ingrato. Lo recibió con la garrocha a lomos de Cigarrera y ya ahí comprobó que no lo iba a tener fácil. Con todo, como es marca de la casa, nunca le volvió la cara a la complejidad y se fue a por ella buscando desentrañarla. Y eso supuso adelantarse a cada una de las veces en que el toro se puso por delante y se cruzó yéndose de frente a los pechos de los caballos. Esquivar cada uno de sus fuertes arreones tuvo un mérito tremendo. Abrió el de La Puebla del Río el tercio de banderillas con Ordóñez para hacer de cada encuentro un uy, una aventura incierta de verdad. Encendió Diego al máximo la mecha de la conexión con el público al sacar a Morante, quien tiró de su personalidad para prolongar la entrega total de su torero y exponer todo lo posible y más ante el de Caicedo, que esperaba buscando sorprender. Pero fueron torero y caballo quienes le sorprendieron a él metiéndose una y otra vez en su espacio para hacerlo suyo y ganar también ahí la pelea. Con Toronjo llegó la traca final con tres rosas muy ligadas y un par a dos manos con el embroque hecho al ralentí, como dejando mostrar todo el esplendor y la verdad de la suerte. Esta vez sí finiquitó pronto y obtuvo el premio de una oreja. Ganada a fuego, arrancada. La última oreja del año. La noventa y seis. La rúbrica al año 2015 en el que Diego Ventura lo ha conquistado todo agrandando aún más su huella y su tiempo. Un tiempo que lleva puesto su nombre.  
30/12/2015
 Cali
 ovación y oreja
Juan Bernardo Caicedo