Una tarde a contracorriente

Era el broche, pero no quiso ser de oro. Era la culminación, pero se empeñó en no ser el culmen. Era la última, pero ha querido ser una de las primeras en olvidar del olimpo de acontecimientos en que ha convertido su año Diego Ventura. La de Zaragoza ha sido una tarde a contracorriente. Fundamentalmente, por el juego a contra estilo de los tres toros elegidos para la ocasión. Ninguno de los tres estuvo a la altura de lo esperado, de lo merecido, de lo justo. Por manso el primero de Fernando Sampedro, por desrazado el tercero de Carmen Lorenzo y por bruto el quinto de Los Espartales, los tres echaron por tierra las expectativas de la tarde. Con todo, se impuso Diego Ventura a ello y a ellos y sólo haber pinchado a su segundo le privó de más premios que la única oreja obtenida. Cantó enseguida el primero su indolencia, su falta de todo. Ni un amago de algo devolvió a los dos rejones que le clavó Ventura en el recibo con Lambrusco. Visto lo visto, a lidiar se pudo el jinete con Roneo, dando la grupa y pasando en redondo por la cara, muy cerca del Sampedro, tratando de pellizcar, de calentar, de provocar. Lo consiguió a base de insistir, de no cansarse, de creer en los resortes del oficio de torear. Tras dejar la primera banderilla cuarteando de dentro a afuera y en los terrenos más cercanos a tablas, Diego halló luz a su propósito, al menos, sacándose al toro a los medios donde ya lo emplazó para clavar los dos rehiletes siguientes dando media plaza en el cite. Buscaba así alegrar la faena, meter en ella al público. No lo tuvo fácil porque, dado que el cuatreño no acometía, hubo de llegarle mucho a la cara para cuartear y clavar. Sin duda, Ventura había logrado en ese punto mucho más de lo previsible... Las cortas con Remate tuvieron el mérito, sobre todo las dos segundas, de aguantar cómo el toro cortaba el viaje, se ponía por delante y apretaba hacia adentro. Expuso el torero al clavar justo en ese punto donde Granero II se sentía más fuerte. Pero ganó Diego. Pinchó una vez antes de cobrar un rejón entero y Zaragoza le valoró lo realizado con una ovación. No ayudo mucho más el segundo, un tío de Carmen Lorenzo con 648 kilos. Aunque más que la romana, le pesó su falta de raza. Abortó por completo el intento del rejoneador de pararlo garrocha en mano. Diego le esperó a portagayola con Suspiro, pero Montecillo-4 no acudió a la cita. Quedaba claro de nuevo que tocaba lidiar y arriesgar para que aquello cobrara dimensión. Y lo hizo hasta poner a cien los tendidos de La Misericordia gracias a los terrenos que Ventura pisó con Nazarí, cómo se fue a buscar al toro, como se lo metió debajo, cómo lo enceló y tiró de él frenando con temple los acelerones descompuestos del toro. Clavó Diego sin solución de continuidad para echar gasolina al fuego del ambiente que por fin se caldeó. Fue un prodigio de pulso lo que el caballero hizo con este toro cada vez que se puso a galopar es costado. Porque no tenía el toro la condición idónea para eso. Fue apostar para ganar a base de arriesgar. La tercera banderilla tuvo la emoción del tierra a tierra hasta lo irremediable con que lo citó para otra vez reunirse con la acometida del cuatreño y galopar a dos pistas. ¡Emocionante! Clavó luego Diego com Milagro un palo marca de la casa llegando hasta el abismo mismo, quebrando con ajuste y saliendo airoso del milagro. Como tal lo celebró Zaragoza. Un segundo rehilete con esta yegua sin pausa alguna tomando al toro donde había terminado el anterior y las cortas ligadísimas en los medios coronaron la faena. Pero pinchó el de La Puebla y ahí perdió otra vez el premio que casi tocaba ya. Terminó de aguar la tarde el quinto, de Los Espartales, un bruto de solemnidad que se puso siempre a la contra del toreo. Empezó mintiendo porque, a diferencia de sus hermanos, al menos se movió de salida y puso interés en seguir a Lambrusco. Aunque duró poco ese empeño porque de pronto levantó la vista, miró para otro lado y ahí ya dijo que no más. Con todo, porque era la última bala y Diego Ventura la quería exprimir, lo dejó entero con un rejón y sacó a Sueño. Y buscó con Sueño disparar la faena, jugársela, plantear claramente la batalla de la emoción, pero el de Los Espartales no se prestó nunca. Cambió a Nazarí tratando, como antes, de metérselo debajo y exprimirlo a base de aguantar y domeñar las, cada vez, más bruscas defensas del toro, agarrado al piso y esperando. Sacó Diego a Maño para quebrar en ese sitio de lo imposible donde se mete este caballo, pero si Maño iba de frente, se ofrecia de frente y quebraba de frente, el toro, que esperaba un mundo, se abría yéndose de la suerte en cada quiebro. Fue imposible ligar las rosas porque el astado cortaba el viaje. Esta vez sí, el rejón cayó entero a la primera y el público pidió con fuerza la oreja que era el premio, corto, a la actitud de Diego Ventura para levantar una tarde decididamente a contracorriente.  
12/10/2015
 Zaragoza
 ovación, ovación y oreja
Fernando Sampedro, Carmen Lorenzo y Los Espartales