Una oreja que no hace justicia

Dos aspectos fallaron hoy en Aranda de Duero. De forma general, el juego a menos de la corrida de Juan Albarrán, pesada en su mansedumbre y que requirió un esfuerzo constante, sin desmayo, para exprimir su contadas virtudes. Y de manera concreta, los aceros que anduvieron destemplados en el primero del lote. Son las dos rémoras que aminoran el premio final de Diego Ventura hoy en la ciudad burgalesa. Eso sí, otros dos aspectos quedaron absolutamente de manifiesto. De un lado, el sentido de la responsabilidad y del compromiso para con el público y con su profesión del jinete de La Puebla del Río, que nunca tiró la toalla ni se agarró al conformismo ni al lamento para excusarse y tirar por la calle de enmedio. Ese camino no está en el callejero de Ventura. De otro, Aranda de Duero comprobó que al magisterio de Diego, una vez llegado a semejante punto de fragua, los condicionantes le afectan relativamente. Quedó claro, por ejemplo, en el quinto, segundo de su par. Un toro que sacó ritmo de salida, pero que se apagó como una vela aflorando así lo escaso de su fondo. Ello requirió del rejoneador un ejercicio constante y paciente de lidia. Recibió al de Albarrán con Maletilla y se dobló con clase Ventura con él antes de sacar a Sueño y pisar ese terreno sólo reservado a determinados corazones. Por cómo siente y por cuánto aguanta, el corazón de Diego multiplica su capacidad de latir cuando se funde con el de este caballo que más parece la prolongación misma del torero. La compenetración de ambos, ése sentir al mismo tiempo, es patrimonio sólo de animales elegidos y de caballistas geniales. Sueño fue a buscar cada embroque al hilo mismo de los pitones del cuatreño para allí batir recogiendo la acometida del manso y prolongarla como el muletazo que engancha el viaje y lo lleva hasta el final. Ejercicio de toreo puro en su versión lidiadora. Faena de construir un toro a partir de su escasa materia prima. Como quiera que Remate anduvo tan eficaz y brillante como siempre para culminar el trasteo con las cortas y las rosas y como, esta vez sí, el rejón cayó entero, Diego Ventura halló parte de recompensa merecida a su derroche de entrega y de inconformismo con una oreja que paseó con la satisfacción de quien sabe que nada se dejó por detrás. Lástima que sí pasara así en el primero por culpa de los aceros porque Ventura firmó aquí una faena sencillamente fantástica. Paró al toro con Lambrusco, el último debutante en lo que va de temporada en la cuadra de Diego y que viene atesorando tarde a tarde un espléndido y muy ilusionante sentido del temple. Torea despacio y con clase, con tacto y con poder a la vez. Tiene capacidad para embeber la embestida de los toros y doblarse con ellos para marcar desde esos primeros compases el tempo y el ritmo del resto de la faena. Y eso que el ejemplar de Albarrán acudía, en ese punto, descompuesto y sin entregarse de verdad. De tempo y de ritmo, de teclas que tocar y de tocarlas como nadie, de torear con todo el cuerpo, si alguien sabe, se llama Nazarí. Y Nazarí, ya lo saben, es el toreo en sí mismo. La estampa, no por conocida, deja de impresionar: se ató Diego al de Albarrán al estribo, lo hipnotizó, le sacó el tranco que hasta entonces nadie le había adivinado y lo puso a galopar al son que marcaba el caballo, a esa distancia que parece inverosímil. Ha vuelto a pasar: a cada centímetro del diámetro de la plaza que recorría el jinete con el toro entregado a su voluntad, crecía y crecía la reacción emocionada del público, cautivado ante semejante exhibición. Había quedado claro que la faena sería lo que su autor quisiera que fuera, así que sacó Ventura a Maño para protagonizar varias banderillas al quiebro de un compromiso incuestionable por el sitio que pisó el caballo a la hora de provocar el embroque, esperar la arrancada, quebrarla, clavar y salir. ¡Espectacular Diego con Maño! Nadie dudaba en ese instante de que la faena sería de premio grande. Más aún, después del par a dos manos que clavó el jinete de La Puebla con Remate para cerrar el tercio de banderillas. Pero falló el punto final, ése tan decisivo tantas veces. Ese segundo que lleva en su viaje tantas cosas. No acertó de primeras Diego con el rejón y perdió las orejas, cambiadas, eso sí, por una cerrada ovación del público de Aranda de Duero. Era la respuesta al genio y a su actitud de figura grande.  
15/09/2015
 Aranda de Duero
 ovación y oreja
Juan Albarrán